¡Ya no hagas berrinches mamá!
Ante todo, no soy psicólogo, por eso pedí la revisión de este
texto a una
psicóloga
(@MomBita), a fin de mantener la
veracidad de mis palabras, y que tenga, por lo menos poquito, un
respaldo clínico.
El veredicto, a través de correo electrónico, fue este:
¿Quién no ha pasado por el amargo momento en que la pareja, los amigos, o nuestros padres nos hacen un berrinche? Digo. De nuestros hijos puedo entenderlo: los habremos educado de una manera poco saludable, pero, ¿de un adulto, que supuestamente debería tener cierto grado de madurez, un berrinche? In-cre-í-ble.
La realidad es que esto se repite todos los días, en diferentes relaciones, con diferentes grados de importancia. Los papás tienden a hacer mucho estas escenas. Lo he visto en al menos tres cuartas partes de las familias que conozco, y no porque esté bien, sino porque cada día es más común encontrar falta de madurez en los adultos. Y por tanto, la forma en que se resuelven los problemas tiende a la rabieta sin sentido.
Supongamos que vemos un adulto que hizo una rabieta a su hermano. Digamos que se vistió como mejor quiso para ir a una fiesta a la que ambos asistirían, pero al hermano berrinchudo le molesta una camisa. La camisa se la puso el hermano, pero pareciera que él se la hubiera puesto: "Ya ni la amuelas, ¿ves lo mal que te ves? Debería darte vergúenza tener tan poco estilo y no preocuparte por tu imagen. ¡Vete a cambiar ahora mismo!". ¡Sácatelas! El chico, por no ver enojado a su hermano, se va a cambiar, casi de manera inconsciente.
En general, las personas no tienen estómago para escenas como estas. Van corriendo a resolver el conflicto de la otra parte, sin importar que ellos mismos estaban cómodos como venían haciendo las cosas. A veces, y es lo más importante, el coraje de la otra parte no tiene absolutamente nada de racional, y solamente es un reflejo para mantener el control de la situación, aun en casos donde no debería haber control.
El origen de estos comportamientos (casi siempre) viene de nuestra infancia: vemos como papá o mamá, con un poco de enojo, buscan controlar una situación. "Tu papá se va a enojar", es una frase que recuerdo haber escuchado en muchos compañeros de la escuela. En mi caso era "¡si mamá se entera, se va a enojar, y ya ves cómo se pone!". Hay de padres a padres y de temperamentos a temperamentos, pero la regla general tristemente es que el control de los padres parte de la ira, y no de los límites y la comunicación.
Crecemos condicionados por el temor a que nuestros padres se enojen, y aprendemos esta conducta. El resultado es que nos enojamos, hacemos berrinches y esperamos controlar al resto de las personas con esta actitud. La realidad es que ni nos respetan, ni hemos respetado, ni sabemos respetar. Todo se basa en un juego de manipulación miedo-control donde nadie gana. Bien porque no existe el respeto, bien porque no hay una relación saludable.
Basándome en la chamba de Eric Berne (psicologazo que desarrolló el modelo inicial del Análisis Transaccional), tenemos tres estados del ego: el padre, el adulto y el niño. Grosso modo, el padre es nuestra personalidad que educa (o critica) otros razgos de nuestra personalidad, y también busca la manera de ejercer controles sobre nuestros actos, según la forma en que recibimos nuestra educación de quienes nos cuidaban de pequeños; el adulto es el resultado de lo que hemos aprendido tanto académica como emocionalmente, y es el que de manera ya positiva o temerosa, limita nuestros actos de forma que previene los resultados a posteriori de nuestras decisiones. El niño, la parte más sensible de nuestro ser, donde inicia y termina nuestra creatividad, es la materia prima de nuestras expresiones emocionales y, según lo valoremos, puede reaccionar adaptado a la forma de pensar de otros, o libre de ser, actuar y pensar. Y sí, aunque suene un tanto romántico o cursi, este modelo es científico.
Cuando dos personas interactúan en un berrinche pueden pasar tres cosas por lo menos:
Escenario A: el que recibe el berrinche actúa de acuerdo con los deseos de la otra persona. Seguramente esta persona cree en su fuero interno que cualquier confrontación es dañina. Es la que más he visto. Y es el caso del ejemplo. El padre opresor del individuo A domina al niño adaptado del individuo B.
Escenario B: el que recibe el berrinche actúa de manera rebelde. Conozco a muchos patanes (y patanas) que actúan así. Ambas personas carecen de respeto mutuo. El que actúa el berrinche trata de manipular de forma que el que recibe el berrinche actúe conforme a sus deseos. Quien recibe, actúa de manera provocadora, retando al otro y, casi siempre, termina en una bronca encarnizada, o por lo menos en un distanciamiento sin motivo racional. Aquí nunca entra el adulto de ninguno de ambos. El adulto B es un rebelde, y provoca un problema mayor.
Escenario C: quien recibe el berrinche limita a quien ejerce el berrinche. La forma de limitar, por cierto, no carece de respeto, aunque habrá ocasiones en que habrá un cierto conflicto. El conflicto casi siempre existe en las primeras veces que se limita a la persona agresora. En parte, porque quien agrede, no conoce los límites: es un concepto nuevo. Aquí, las partes de ambos individuos deben mantener estrecha comunicación en su propio nivel: padre-padre, adulto-adulto, niño-niño. Ambos padres establecen cómo educar a sus niños, ambos adultos comparten sus experiencias para llegar a acuerdos, y ambos niños expresan sus emociones sin temores.
Otro punto qué reconocer son los llamados "estadios emocionales". Yo no conozco a nadie que le tema a la intensa alegría como se le teme al miedo. La tristeza, la ira y la introspección son elementos que socialmente son temidos. Pero sinceramente, no encuentro razón para ello.
La ira, por ejemplo, no es más que otra de las expresiones emocionales. Todos nos enojamos y es parte de un equilibrio. Si algo nos molesta, es inconcebible que no lo comuniquemos o por lo menos lo expresemos. Igual la tristeza: podemos ser muy felices, pero siempre tendremos un momento en que nos gane la nostalgia o la melancolía.
Temer a la ira es como temer a la alegría: es irracional. Y tratar de dominar a través de ello, lo es más.
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