Rumbo a Tlalpan
Un día, navegando en una página de internet (una de esas que por más que le rezas a san Google no logras reencontrar, ni por asomo, ni por nada, leí una serie de historias que hablaban de una libertina (o quizá liberal y mis propios complejos no me dejan ve la realidad) mujer que, ya en el vagón del metro, con un tipo por delante y otro por detrás, o con un taxista y un "su amigo" en un hotel con agarraderas que caían del techo, tenía variadas y coloridas relaciones no-sentimentales, pero harto sexuales con distintos compañeros.
Y también citando a internet, con las historia de varias prostitutas del círculo rojo madrilense, me daba cuenta que por una o por otra causa, infundadas o no éstas, uno conoce ciertas historias que no debe conocer. O para cantinflear menos, escucha historias "de putas" habiendo salido en una noche ídem.
Y también que cuando uno es mundano, y se rinde ante los placeres, más pronto que tarde se encuentra visitando meretrices que, fuera de cualquier juicio sesgado por los falsos valores o por auténtica moral ambigua, cubren con ciertos deseos que --ya por rutina o desventura, o quizá por falta de verbo para la conquista de una noche, y hasta por el escozor mismo que causa verlas-- con la debilidad de la carne, se suelen tener.
Ella es una chica que ofrecía sus servicios en una esquina. En la conocida "costera de Tlalpan", donde sendas Magdalenas de distintas edades, variedades, y hasta sexos, se encontraba, esperando, supongo que como cada noche, como cada tarde, al comensal que sus talentos requiriese. Caminaba yo, buscando una aventura pagada, por primera vez, por aquella zona. La vi a la distancia. No era muy tarde. Vestía una falda negra, una blusa rosa, de un rosa discreto y a la vez, de un tono que hacía lucir bella su maquillada sonrisa, sus pintados ojos, su cabellera de falso rubio. Mientras por mi inexperiencia llamaba la atención de las veteranas y se escuchaba el rumor de "mira, qué lindo mariconcito", me acerqué a ella, quizá hipnotizado por su rostro, todavía con rastros de alguna inocencia tempranamente perdida, o aparentada, a saber.
"Hola linda" le dije, con más nervios que ganas. "Hola guapo... ¡qué rico hueles". "Dime, cuál es tu tarifa"... y tras aquella conversación mercantilista, decidí probar sus servicios. Nos dirijimos, transportados por su gorila, un tipo que francamente sí infundía respeto, pero quizá no miedo, en un coche viejo, aunque con un olor agradable (a lavanda, quizá al lenón no le alcanzaba para el lavado de autos, je), a un hotel que traicioneramente está cerca de mi casa. Una vez ahí, pagando la habitación (un cuartucho con una cama individual, aunque también más limpio que muchos que haya visto), nos encerramos. Advertí, sin embargo, dos moratones en su brazo izquierdo, que apenas desaparecían. "¿Te han golpeado alguna vez?" "No, bueno, ¿a qué te refieres?" "Sí, si algún cliente te ha maltratado" "Solo la semana pasada me asaltaron, mira... todavía se ven los golpes". Lindo garaón se cargaba por escolta. Su voz era tierna. Tierna como otras voces he escuchado y me han derretido. Traicionero destino, mente debil, corazón blando y falta de experiencia... Mala suerte para un primerizo que, nada joven, estaba por vez primera con una prostituta. Ese extraño sentimiento de cuando alguien tiene química (¡y vaya que también física!) contigo, me hizo bajar la guardia.
Venía de una ciudad con playas. Venía de una historia de mimos y oropel. De algodones y paredes de cristal, que se quebraron junto con el auto en que viajaban sus padres. Se hacía cargo --al menos eso dijo-- de sus dos hermanitas. Ella, apenas mayor de edad (también lo dudo), comenzó jornales nocturnos después de fracasar como fracasan aquellos, y lo digo sin prejuicios, aquellos a quienes se les ha dado todo, lo que se dice todo, en la vida. Conoció a su chulo una noche que, harta ya de un trabajo regular, decidió entrarle al talón. La estrenó en el negocio, la capacitó, si así se le puede decir, a base de follar continuamente y películas pornográficas. "Mira, así te tienes que mover, vamos a practicar". Y miren que tomó experiencia. Sus carnes, aun febriles y joviales, se movían de una manera bastante más entrenada, supongo, que como había llegado al negocio.
"Duda la mitad de lo que ves, y todo aquello de lo que oyes". Sabio refrén.
Mientras no paraba de hablar, y mientras perdía el interés que inicialmente me llevó a visitar tan concurrida y de mala nota zona, comencé a sentir.
"El día que te enamores de una puta, debes alejarte de ella". Sabio consejo.
Alguna vez todavía traté de concentrarme, sin éxito, en el jueguito de entrar y salir. Estaba en otro tema... ¿qué diablos hacía ahí todavía? No sé. Quizá algún sentimiento, que todavía trato de negar, igual sin éxito, se apoderó de mí.
Una ocasión, con prisa, pasé con mi auto por ahí. La he vuelto a ver, pero ella no a mí. Luce menos joven, menos alegre, menos inocente... Dicen los que saben que sigue pidiendo propina, que todavía habla de hermanitas, que su lastimera, pero dulce voz, convence a los incautos.
El diablo viene en coloridas, y agradables, envolturas.